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martes, 28 de octubre de 2014

La enajenación, la sumisión y el miedo que controla nuestras vidas.




La pobreza humana o inmadurez intelectual y emocional, de una u otra manera, está en el origen de la ausencia de conciencia, del miedo y de la inseguridad; en suma, del deseo de poder y de la sumisión. Intentaremos, a continuación, buscar las relaciones entre unas y otras miserias que nos impiden acreditarnos como verdadera especie racional y humana. Esta especie nuestra muestra una predisposición natural a la enajenación, que se ve reforzada a lo largo de toda la vida de cada individuo como consecuencia de los instrumentos en manos de los que ostentan el poder. La enajenación, en una acepción de carácter general, consiste poner a uno o una fuera de sí, en privarle de la razón. Para E. Fromm, la enajenación es “un modo de experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño”, para Feuerbach “el hombre enajenado pone su verdadero ser fuera de sí”. Por otra parte, la conciencia es el conocimiento que el ser humano posee sobre sí mismo, sobre su existencia y sobre su relación con el mundo; ese conocimiento puede ser inicialmente más o menos amplio, y también es susceptible de ser modificado o anulado. La conciencia de clase, componente fundamental para la convivencia en sociedad, implica la capacidad para entender las relaciones entre las diferentes clases sociales. En consecuencia, la ausencia de conciencia supone todo lo contrario, es decir, el desconocimiento del propio ser, de su existencia y de su relación con los demás. Por lo tanto, la enajenación está en relación inversa con la conciencia, a menos conciencia más enajenación y viceversa, o expresado de otra manera, cuanto más alienado está el sujeto, menos conciencia individual y social tiene, lo que, en un proceso vital puede llevarle a la desactivación total, al autismo más profundo y a la indiferencia, como es el caso en el que nos encontramos ahora. De esta manera, la población se convierte en presa, y queda predispuesta para ser manejada por el más cínico, el más mentiroso, el más sinvergüenza.

Las religiones, primitivas o teístas, son el medio más arcaico en el que se refugia nuestra especie. Por lo general, el individuo tiene una rudimentaria conciencia de su existencia y de sus limitaciones lo que origina miedo a su propio fin como es la muerte, e inseguridad para afrontar su problema existencial. Ese miedo y esa inseguridad le fuerzan a buscar un equilibrio, y se refugia en ídolos o seres superiores, representados por dioses terrenales, inmateriales, genuinos o espurios. Proyecta su propio ser fuera de sí, creando seres a los que atribuye cualidades superiores de las que él cree carecer. Nace así eso que llamamos alienación primaria, autoenajenación, que aleja al individuo de la razón, cualidad de la que potencialmente, y en exclusividad, la naturaleza nos ha dotado, aunque parece que sin la adecuada uniformidad.
Así, la enajenación se materializa en la sumisión a un dios, pero también puede darse bajo el influjo de otra persona, de un grupo o de una institución. Las sectas, por lo general de origen religioso, son un buen ejemplo de sumisión de los que son “captados”. El seguimiento a los líderes políticos o sociales, la admiración por los famosos, por los deportistas o los cantantes de moda, es decir, la admiración por esos modernos dioses, son otros buenos ejemplos de sumisión. Incluso la adscripción a organizaciones políticas o sindicales -más que ser un colectivo con quien se comparten ideas y actividad, o tan sólo una excusa para buscar en ellas un beneficio material- puede ser un refugio que presta la seguridad que se necesita. Buena muestra de ello es el rechazo o la crítica a quienes en un momento dado abandonan una doctrina o una organización aunque sea por la vía de la razón. 



Un intento de desequilibrio.
De esta manera, este tipo de sociedades se nutren, por un lado, de amplios sectores sociales adiestrados y temerosos; por otro, con una minoría poderosa que controla y dirige la política, los medios de comunicación y otras tantas dimensiones que configuran un sistema socioeconómico asimétrico en el que se asumen “las reglas del juego” por la mayoría de los individuos.
Los políticos son un grupo fuertemente hermético y protegido, lo que le convierte en un grupo privilegiado por el papel que ejercen. El alejamiento de aquellos que les han votado es hoy día una realidad incuestionable. Sólo recurren a ellos, mediante la mentira y la demagogia, cada vez que se aproximan las elecciones. Aunque muy lentamente, amplios sectores sociales van rechazando el esperpéntico modelo, alejándose cada vez más de las urnas. La abstención es proporcional a la percepción de abandono de los intereses de las clases populares. Esta circunstancia sumada a las otras lacas del sistema (paro, precariedad, desigualdad creciente, etc.), está generando, por un lado, rabia, odio y ansiedad; por otro, apatía o indiferencia. En cualquier caso, se está produciendo un bloqueo que impide que los individuos dejen de cumplir el papel que el propio sistema les exige.
Ante tal situación, cualquier iniciativa que rompa con las reglas del juego que marcan la actual actividad de los partidos es bien recibida por amplios sectores sociales, que ven en ello una vía de escape de una viciada y corrupta manera de hacer política. Así ha ocurrido en nuestro país con el grupo Podemos que, anunciando su ruptura con el “viejo régimen”, se presentan como alternativa. Su acertada manera de abordar el miedo como algo alternativo entre clases u estamentos sociales, provoca el rechazo de los privilegiados. Es una realidad constatable históricamente que cuando los sectores dominantes, por alguna circunstancia, han sentido miedo, su poder ha mermado en beneficio de la clase trabajadora que, por el contrario, han perdido el temor y han ganado poder, poder legítimo. Pero ya hace algunas décadas que esto no ocurre. El derrumbe de la URSS, y todo aquello que acarreaba en esta zona de occidente, ha tenido mucho que ver con este cambio en la correlación de fuerzas.



Nos encontramos, pues, ante un intento de desequilibrio de poder y miedo entre los actuales dominantes, y sus secuaces, y una sociedad deseosa de un verdadero cambio de rumbo. Todos los mecanismos al servicio del poder actual, tratarán de impedir que esta iniciativa prospere, sacando a relucir todas las flaquezas reales o inventadas de los dirigentes de Podemos. No obstante, se abre una ventana de esperanza para quienes llevamos tiempo esperando y trabajando por un cambio de paradigma. 

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