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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Algunos apuntes sobre el populismo de Laclau y su influencia en Podemos.



La teoría populista de Laclau (2013), referencia intelectual de algunos dirigentes de Podemos, tiene varios tipos de deficiencias, tal como se ha explicado antes: 1) al hablar de dos polos antagónicos, exclusivos y excluyentes entre sí, simplifica en exceso; 2) al exponer su concepto de hegemonía totalizadora puede eliminar el reconocimiento de la representatividad y los derechos de la minoría oligárquica que controla el poder; 3) al sobrevalorar el papel del discurso, las nuevas élites y la articulación de demandas populares, infravalora las características sociopolíticas y culturales, la experiencia relacional y las capacidades asociativas de los propios sujetos activos. Pero, sobre todo, 4) la ausencia de un discurso y un proyecto igualitarios y emancipadores y la reafirmación solo de una ‘lógica’ política de fuerzas emergentes frente a poder establecido, no permite aclarar lo sustantivo de un movimiento popular: su orientación y su función regresivas y autoritarias o progresivas y emancipadoras. Y esto es lo principal para definir una dinámica de movilización social y cambio político. La ambigüedad respecto del contenido sustantivo puede permitir introducir en esa clasificación de populismo todo tipo de movimientos contestatarios, muchos de ellos antagónicos entre sí, solo con ese rasgo común de enfrentarse al poder establecido.
Laclau señala la necesidad de una separación tajante entre un pueblo, cuya identidad y hegemonía se tienen que construir a través de la articulación de demandas populares, y la oligarquía de los poderosos. Es una posición constructivista, no determinista ni mítica. La lógica de conflicto social se enfrenta a la otra lógica de consenso, paz social y legitimación del poder establecido. Además, expone cierta flexibilidad en su concepción de pueblo al señalar su pluralidad interna y la importancia de valores universales que trasciendan cada singularidad étnica. En la última parte de su libro, vuelve parcialmente sobre sus pasos más rígidos e insiste en la existencia de distintos populismos, unos de izquierda, otros de derecha, incluso algunos estatistas, incrustados y dependientes del poder del estado. Y reconociendo una consecuencia de su teoría populista, para nosotros especialmente problemática, la indefinición del contenido sustantivo u orientación político-ideológica de un movimiento popular, plantea abiertamente que su superación es imprescindible como elemento fundamental para explicar el carácter (significante) tan diferente de los distintos populismos.
Así, llega a distanciarse claramente de los excesos totalitarios del etnopopulismo o nacionalismo extremo, expone la necesidad de reconocer al ‘otro’, dentro del campo popular, y se opone a las tendencias autoritarias y uniformadoras. Había sido contundente en la separación y el antagonismo del pueblo respecto de la minoría poderosa, manifestando incluso que ésta debía ser excluida de la comunidad (como clase hegemónica e identidad colectiva legítimas), en una expresión poco afortunada. No obstante, ahora, al aplicar el etnopopulismo esas fronteras separadoras y jerárquicas dentro del pueblo ve los peligros de esa posible exclusión de una parte de la población (una etnia, otra capa popular) en nombre de otra parte de la gente, que quiere ser hegemónica, en su acepción de totalizadora en la representación del todo social (como en el ejemplo de los nacionalismos yugoslavos que critica).
Igualmente, este autor matiza la rigidez de sus formulaciones ideales, de fronteras nítidas y un pueblo homogéneo. Y hace hincapié en la heterogeneidad interna del pueblo o el desplazamiento de las fronteras flotantes de los dos campos antagónicos, así como la existencia de contenidos universales que desbordan las fronteras étnicas y son comunes a una pluralidad de identidades. Incluso admite que existe una universalidad no solo de procedimientos (el mecanismo de la polarización o la democracia) sino también de contenidos sustantivos (por ejemplo, nosotros diríamos la libertad y la igualdad o los derechos humanos).
Laclau, aunque comete excesos respecto de la negación (identitaria) de la oligarquía, reconoce la diversidad interna del pueblo. El sujeto pueblo, según él, debe ser ‘construido’ a través de la conversión de las demandas democráticas en demandas populares globales, con el liderazgo y el discurso adecuados. No hay una concepción esencialista de pueblo que imponga el totalitarismo. Aunque tenga formulaciones extremas, busca el empoderamiento de la gente y su hegemonía respecto de la oligarquía, y establece fronteras claras aunque flotantes con ella.
Otro nivel es el relleno sustantivo que el populismo europeo de ultraderecha hace de la concepción de pueblo, de tipo esencialista y excluyente, y qué sentido le da a la polarización política y la hegemonía totalizadora, poniendo como enemigo del ‘nosotros’ (autóctonos) no al poder establecido sino al ‘otro’ (inmigrantes-extranjeros) u otros países (ultranacionalismo). Pero son aspectos completamente diferentes a las propuestas de Podemos o el populismo de izquierdas (Antón, 2015a).
Por otro lado, aunque algunos dirigentes de esa organización reconocen su vinculación con ideas de Laclau, no supone que asuman su expresión más excluyente para definir su identidad. Tampoco se puede hablar del fenómeno Podemos, el conjunto de sus simpatizantes, activistas y órganos dirigentes, como fanáticos defensores de esa teoría completa, seguidores de experiencias políticas autoritarias y anuladores del pluralismo democrático. Menos todavía cuando, además, insisten en que el suyo es el modelo social y democrático de los países europeos nórdicos de corte socialdemócrata. El énfasis en un tronco común, el populismo, que les daría una constitución ética e ideológica autoritaria, similar al Frente Nacional francés, es una generalización abusiva que no permite un diálogo constructivo.
Hay que diferenciar dos planos: a) teoría populista (lógica política de polarización y hegemonía sobre demandas populares y democratización-participación), y b) movimientos populares reales y su diversidad. Laclau, en la formulación de la razón populista, comete excesos con una concepción excluyente de la oligarquía para alcanzar la hegemonía del pueblo, particularmente, en el plano discursivo e identitario. La aceptación de la lógica política de la polarización abajo-arriba y la hegemonía ganadora del pueblo frente a la casta no significa necesariamente que la dirección de Podemos defienda siquiera las formulaciones extremas de Laclau. Mucho menos, que sean sus posiciones clave para imponer, en la medida que tenga poder, una política totalitaria. Hay que recordar que su tercer eje fundamental es la construcción de la democracia frente a la oligarquía, en este contexto español y europeo, con la reafirmación de su vinculación y su representación de las dinámicas alternativas antiautoritarias y progresistas.
La principal insuficiencia de la teoría populista, valorada como cualidad por sus defensores, es la infravaloración de un desarrollo programático y teórico, así como el tipo de inserción en la dinámica sociopolítica. Considera que el sujeto social pueblo se construye con el simple desarrollo de las demandas populares dentro de esa lógica política. Sin embargo, ante la contingencia de su desarrollo, cada movimiento popular o élite asociativa, a la hora de su política práctica y su construcción e identificación sociopolítica, rellena esa ausencia con los elementos realmente existentes: experiencia popular, cultura cívica, tipo de élites, carácter del poder, discursos…
El aspecto vulnerable principal de la razón populista es la compatibilidad de ese modo de hacer política con dinámicas y proyectos diferentes en su significado profundo respecto de la igualdad, la libertad y la democracia. En las dinámicas sociales concretas se puede combinar con interacciones sociales y contenidos sustantivos (no solo discursos) igualitarios-emancipadores-democráticos o lo contrario (y mixtos e intermedios). Y con un importante papel del tipo de intereses y discursos de las élites, unas autoritarias u otras democráticas, aunque todas apelen al pueblo para conseguir legitimación social.
En consecuencia, la ambigüedad ideológica de la teoría populista deriva de su excesiva confianza en que de la espontaneidad de la gente van a surgir demandas progresistas conectadas con la emancipación y los valores generales de igualdad y libertad. Y que la actividad del discurso y las élites asociativas debe proporcionarles, fundamentalmente, solo una dimensión unificadora: las demandas populares.
No obstante, Laclau constata la diversidad de movimiento populistas reales. La construcción de una fuerza social es más compleja y repleta de mediaciones. Así, al desarrollar una trayectoria y un proyecto concreto, cada corriente política adquiere significados políticos antagónicos o distintos. Su identificación es doble: 1) su modo de hacer política y conquistar el poder, y 2) el significado y la orientación sustantivos de esa dinámica y sus actores. La aspiración al cambio del poder político-institucional está clara y es lo que pretende evitar el poder establecido, demonizando esa pretensión popular. Pero lo decisivo para valorar el papel y el sentido políticos de esa tendencia transformadora es lo segundo. Es decir, hay que evaluar el significado y la orientación de las demandas populares, el tipo de movimiento popular y élites, la cultura cívica y el carácter del poder al que se intenta desplazar. La lógica populista, en este caso, se queda en el modo, en la forma, cuando lo fundamental a valorar es el contenido y su interacción con la forma. En ese sentido, dirigentes de Podemos deben reafirmarse en sus prácticas e ideas democráticas y avanzar en un proyecto transformador y una dinámica emancipadora e igualitaria.
  1. La identidad ideológica de un actor se construye con su carácter, su experiencia y su proyecto
El ‘modo de hacer política’, la ‘forma populista’, según la teoría de Laclau, supone la construcción del pueblo como mayoría política nucleada en torno a un grupo subalterno, en oposición al poder establecido. Pero, siguiendo con este autor, la definición de ese grupo subordinado y la naturaleza de su subordinación constituyen el factor del que depende el carácter ideológico de cada construcción populista: la naturaleza del “nosotros” y el horizonte de liberación propuesto. O sea, compartir esa lógica no conlleva necesariamente en Podemos una dinámica totalitaria (hegemonía excluyente) y sectaria (dicotomía y polarización extremas), aparte de demagógica, similar a la del populismo de derechas.


En España el campo sociopolítico popular se ha ido construyendo sobre la base de una ciudadanía indignada, democrática y progresista, con una fuerte cultura cívica y de justicia social, frente a un poder establecido antisocial y prepotente. Y los ejes del proyecto de Podemos y el resto de fuerzas alternativas suponen una profunda democratización política y una transformación socioeconómica contra la desigualdad y los privilegios de los poderosos, en defensa de los derechos sociales y laborales y de corte socialdemócrata clásico. La identidad resultante de esa tendencia ciudadana y el proceso igualitario y emancipador que conlleva se oponen al poder establecido y, especialmente, al conservadurismo y el populismo de derechas y su carácter reaccionario y totalitario.
Hay una diferencia cualitativa entre la experiencia de Podemos (y Syriza) y la dinámica autoritaria del populismo excluyente, reaccionario y xenófobo dominante en Europa. El énfasis en calificar e identificar a esta organización alternativa con esa otra corriente política con tendencias antidemocráticas, aparte del enfoque erróneo de la realidad, crea una dinámica sectaria y debilita, precisamente, un proyecto real de cambio democrático. Sin embargo, hay que admitir que la realidad de Podemos es ambivalente y aunque la tendencia principal, política y cultural sea positiva hay cosas que criticar de forma constructiva para su mejora.
La identificación colectiva por el modo de hacer política es incompleta. La lógica política del conflicto social y la construcción de un sujeto emancipador y hegemónico (aunque no necesariamente totalizador) es compatible con distintos y antagónicos desarrollos políticos: autoritarios o democratizadores, opresivos o emancipadores, excluyentes o solidarios, jerárquicos o igualitarios. El contexto de confrontación entre poder establecido y ciudadanía activa, la cultura democrática del movimiento popular y la orientación sociopolítica progresista de sus élites, al combinarse en España con esa lógica dan un resultado diferente al de Francia, al aplicarse en el caso del Frente Nacional una tradición y un contenido reaccionarios, autoritarios y excluyentes.

Hay que distinguir entre ‘lógica’ y ‘contenido’ político. Lo primero es algo más que la ‘forma’. Lo segundo es el resto de características políticas, económicas y socioculturales según el carácter de los actores, el contexto y su orientación o finalidad. El modo de hacer política, aunque no es estrictamente formal, no es el elemento identificador principal o exclusivo de la naturaleza de una fuerza política. Lo distingue del ‘poder establecido’, con su interés por el consenso (acatamiento o legitimación del poder) y su control del orden social, la neutralización de la justa indignación y resistencia popular. La dinámica de movilización popular frente al poder es un rasgo compartido con distintas corrientes sociopolíticas que ponen el acento en el conflicto social, no en la paz social. Esta mirada polarizada es diferente a la visión unitarista e indiferenciada (o fragmentada) que tiende a llevar una actitud favorable hacia el consenso o la armonía social, con sometimiento o resignación de la parte subordinada.
En España ese enfoque sobre la relativa polarización sociopolítica y el empoderamiento cívico es realista. Ha servido para conectar mejor con un proceso de confrontación democrática de una amplia ciudadanía progresista frente al poder establecido antisocial y autoritario. La experiencia del movimiento cívico español y el fenómeno Podemos consiste en la activación ciudadana frente a los poderosos y la construcción de la unidad y hegemonía popular para ganar la mayoría en las instituciones. Esta realidad tiene un significado antagónico respecto del caso francés del Frente Nacional. Dicho de otra forma: el carácter reaccionario, regresivo y excluyente del populismo neofascista francés está más próximo a la dinámica antisocial y prepotente del poder establecido francés (y español) que a la trayectoria emancipadora, igualitaria, democrática y solidaria de la ciudadanía crítica y activa española y su expresión electoral en fuerzas alternativas y de izquierdas.
El populismo es, sobre todo, un ‘modo’ polarizado de acción política. El populismo de ‘izquierdas’ pretende ser emancipador de los de abajo y defender la democracia frente a los de arriba y la opresión de la oligarquía. Es sustancialmente diferente al populismo de ‘derechas’: imposición de la exclusión del ‘otro’ por el ‘nosotros’, o de los ‘enemigos’ por los ‘amigos’ (o del eje del mal por el del bien). En cada caso, los conceptos de polarización y hegemonía tienen un significado completamente distinto e incluso antagónico entre sí. La lógica política no se puede separar (solo analíticamente) del carácter de los actores, su trayectoria y sus objetivos. Y hay que comprobar si todos ellos avanzan en la igualdad, la libertad, la solidaridad y la integración, o bien en la desigualdad, el autoritarismo, la segregación y la exclusión.
No obstante, al hacer abstracción del carácter de ambos polos (y lo intermedio y mixto), su sentido político, su dinámica y su orientación, se deja de lado lo principal para definir el significado o la identidad de una fuerza o movimiento concreto. Dada la experiencia europea de esa doctrina (Frente Nacional francés, neofascismo europeo), al tildar de populista a Podemos se le traspasa a esta organización la afinidad con toda la carga negativa (incluida la emocional), totalitaria y reaccionaria del populismo de derechas. Es verdad que algunos miembros de Podemos sostienen ideas de populismo de izquierdas, pero también afirman su oposición total al populismo de derechas, a sus tendencias totalitarias. Todavía es más forzada esta vinculación distorsionadora cuando solo se deriva de constatar la existencia de unas ideas llamadas populistas en varios dirigentes o, simplemente, de algunas formulaciones extremas de uno de sus intelectuales de referencia.

Por último, hay que distinguir discurso y política institucional. Hay que diferenciar las apropiaciones discursivas de la representación del conjunto del pueblo, de las dinámicas totalitarias y de exclusión global de partes del mismo. Por ejemplo, estamos acostumbrados a escuchar que los Presidentes de EE.UU. se arrogan la representación del pueblo norteamericano (no solo estadounidense sino incluyendo México y Canadá e incluso de América). O que Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, hable como portavoz y defensora de los andaluces (de todos y todas), y Artur Mas, presidente de la Generalitat, asuma la representatividad de ‘todo’ el pueblo catalán cuando representa a una parte nacionalista. Igualmente, oímos que el Consejo Europeo y el Eurogrupo son la representación de Europa (de la totalidad de sus pueblos, ni siquiera de las instituciones de la UE o la eurozona). No por todo ello deducimos que anulan al resto de pueblos americanos o europeos, o que eliminan políticamente a la parte de la población no aludida verbalmente y se encaminan a la tiranía.
En el plano discursivo, a efectos de expresar una ‘hegemonía’ representativa (totalizadora), una parte se apropia del todo y no reconoce a otra parte. Nominalmente no existe. Es una práctica habitual poco democrática y antipluralista, pero que no hay que confundir con la exclusión total de los derechos de esa parte no mencionada y la imposición totalitaria, coactiva y violenta de su destrucción política (o física).
La visibilidad en el lenguaje de un sujeto, del pueblo o parte de él, así como su reconocimiento discursivo tienen gran importancia simbólica y cultural. No nombrarlo o considerarlo subsumido en otro nombre es una deficiencia democrática que genera desigualdad e indefensión. Existen muchos ejemplos en la vida cotidiana: la invisibilidad de las mujeres cuando se utiliza la palabra ‘hombre’ para nombrar a las personas de ambos sexos (y que suele ir acompañada de otros procesos materiales de marginación). En el ámbito mediático, la ignorancia de la existencia de un actor, sobre todo si es crítico con el poder, es muy habitual; contribuye a su desaparición o falta de reconocimiento en el escenario público. Es fundamentalmente el poder establecido, a través de su inmensa influencia en los medios de comunicación, quien condiciona la difusión de la realidad y sus distintos contenidos y crea los marcos interpretativos más adecuados a sus intereses.
Otro nivel son los procesos de marginación, subordinación o eliminación política, institucional, económica y cultural que cuando son sustantivos se transforman en prepotencia, imposición y totalitarismo. Una realidad intermedia es cuando se arbitran mecanismos institucionales para impedir el reconocimiento de la representatividad de una fuerza política o un movimiento social. Un ejemplo es la propia ley electoral, sin una estricta proporcionalidad entre votos y conformación del Parlamento y el Senado, que supone la exclusión o infrarrepresentación de unas minorías significativas, aspecto que se acentúa con la presión hacia el voto ‘útil’, estrategia habitual del PP y el PSOE para marginar más a las fuerzas alternativas.
Por tanto, entre una falta de reconocimiento solo discursiva y otra de exclusión institucional, social y económica absoluta media un trecho relevante y hay que verificar en qué medida y dimensión se produce la exclusión real para establecer su gravedad. El hecho de que Podemos diga que aspira a la hegemonía representativa de la ciudadanía descontenta (el pueblo) y se dirija contra el PP, sin mencionar al PSOE, no supone que vaya a ilegalizar al resto de partidos, eliminar el pluralismo democrático, apropiarse de todo el poder y legitimidad institucional e imponer el totalitarismo. Es una generalización abusiva cargada de prejuicios ideológicos y políticos.

En definitiva, la reafirmación en la defensa de la gente, hoy expresada en una ciudadanía indignada y crítica, y la incorporación de la cultura cívica de los derechos humanos, sociales y democráticos, presente en la ciudadanía activa y el tejido asociativo español, le dan a estas fuerzas alternativas un perfil igualitario y emancipador frente a la dinámica prepotente y antisocial de las élites poderosas. La representación de esa dinámica de cambio político hacia un modelo más social y democrático confiere a Podemos y la dinámica de unidad popular una mayor legitimidad ciudadana. La vinculación parcial con el populismo, incluido el nombre, no les beneficia, sino que les perjudica, ofreciendo un flanco débil ante sus adversarios, con inmenso poder mediático.
La lógica del conflicto social frente al actual poder establecido y la construcción democrática y participativa de un sujeto popular que aspira a representar a la mayoría social, deben estar íntimamente imbricadas con las demandas populares progresistas, su experiencia y su cultura cívica, el respeto a su diversidad interna y un proyecto igualitario y emancipador. En ese sentido, Podemos y las fuerzas alternativas en España, construidas sobre una base popular progresista necesitan reforzar su talante democrático y la dinámica emancipadora. Pero, comparativamente, mantienen una superioridad no solo política sino también ética e ideológica respecto de la derecha y la socialdemocracia, cuya gestión gubernamental impopular ha incumplido sus compromisos sociales y ha demostrado la fragilidad de sus valores cívicos y democráticos.

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