William Gibson, novelista de ciencia ficción y creador del concepto de cyberespacio, en su novela Neuromante, es conocido por ambientar sus historias en un presente relativamente cercano. Afirma que le resulta difícil imaginar el futuro como antes. Es famosa la cita de Slavoj Zizek en la que plantea que es más fácil imaginar un futuro apocalíptico que cualquier cambio en el orden político, por pequeño que sea. Por su parte, Eduardo Maura, miembro de Podemos Cultura, contaba hace poco en una conferencia que durante la crisis del Imperio Romano la tasa de suicidios aumentó en gran medida. Era mas fácil imaginar un mundo sin uno mismo que un mundo sin Roma.
En 2015, la situación sociopolítica de España tal y como lo conocemos va a cambiar en su dimensión institucional, naciendo un nuevo escenario que ya no será el del régimen político del 78. La irrupción de Podemos como fuerza consolidada y el resultado de las iniciativas ciudadanas que emergen por todas partes del Estado, así como la crisis del modelo económico y territorial, nos muestran un escenario nuevo, en el que dicho régimen político, sin finiquitarse, deja de funcionar como lo ha venido haciendo en los últimos 30 años.
El régimen instaurado en 1978 se agota. Asistimos a su fase terminal y ya nada va a poder evitarlo. Y es que los pilares sobre los que se constituyó en la llamada Transición democrática parecen estarse desmoronando aceleradamente. El desmantelamiento de importantes conquistas y derechos sociales, las perspectivas de futuro negro para toda una generación de jóvenes españoles que propicia el divorcio de estos con el régimen. Lo estamos viendo en el surgimiento de procesos de masas como el 15-M, el movimiento estudiantil y combates obreros, como la huelga del 29-M o la huelga minera. A la vez las demandas democráticas estructurales que en el 78 no se resolvieron, vuelven a escena con más fuerza, como el caso de la cuestión nacional catalana, junto a la vasca.
Nos encontramos ante un momento histórico en el que se va abrir una ventana de oportunidad para la ciudadanía española. Algo se está moviendo. Una oportunidad para intentar algo nuevo que nos libere del yugo de los poderes fácticos y de las oligarquías dominantes. Pero tampoco hay que dejarse invadir por el optimismo: porque dichos poderes intentarán contener esos procesos de cambio y reencauzarlos para que queden en algo que ellos puedan controlar. En otras palabras: cambiar algo para que todo siga igual. Ante ese certeza (no es razonable ya hablar de posibilidad) los poderes dominantes han desatado una fortísima campaña mediática, política y de criminalización de la sociedad civil y las distintas apuestas políticas que son herramientas de ese cambio. Dicha campaña va desde un intento de cierre y control mediático a la aprobación de leyes como la criminal Ley Mordaza.
No obstante, cuando se debate sobre promover un proceso constituyente desde abajo, no es porque nos haga ilusión meternos en semejante jodienda; es, sencillamente, porque una regeneración democrática no es conducida por el pueblo desde abajo, lo hará la casta desde arriba. Y en esa situación, los cambios políticos no serán favorables al interés de todos, sino en favor de unos pocos. El carácter inevitable del cambio viene causada por una palabra clave: CRISIS: En efecto, una combinación letal de al menos seis crisis que hacen imposible prolongar el régimen como hasta ahora. El Estado Español es ahora mismo un enfermo terminal, que necesita una terapia de choque y varios trasplantes. A la par que un chequeo, y en el que cobrarán forma son posibles grandes cambios en la década presente. Cambios que podrían ser ejemplo para muchos países de nuestro entorno y que podrían conducir a nuevos paradigmas de gobierno, como lo supuso la transición a la democracia radical en Atenas o al defenestrado gobierno representativo durante la Revolución Francesa. Esperemos que sea más lo primero que lo segundo:
1) Crisis de Estado: Nuestro modelo de Estado no tiene futuro. La Constitución es papel mojado y pronto será historia, pues nadie soporta que se siga consagrando privilegios a la casta partitocrática, a la propia monarquía y a la Iglesia. Sin embargo las cláusulas para su modificación dejan al texto blindado, con los principales partidos cerrados en banda a permitir que sea el pueblo quien participe libremente en su modificación. En el Congreso nadie parece darse cuenta de la urgencia de desbloquear esta situación. La única receta que se aplica es “patada y palante” lo que solo pospone el problema y lo hace cada vez mayor.
2) Crisis territorial: España se rompe, no hay duda. Y esta grieta en la vertebración del Estado va a empezar por una Catalunya azotada también por la crisis económica y que no soporta que la sigan expoliando desde el gobierno central. Si el proceso soberanista en Catalunya culmina en la independencia, ello creando un efecto dominó que seguirá en Euskadi y de ahí, quizás Galicia… hasta lo desconocido. Una España con cada vez menos prestigio internacional tiene poco que aportar a las comunidades más productivas del Estado. El descrédito y la incapacidad de cambio, citado más arriba, hace que muchos ciudadanos empiecen a pensar que más que cambiar el Estado central, algo que por ahora parece imposible, quizá salga más a cuenta largarse creando el suyo propio forzando así un cambio en toda la estructura. Quizá esto no es la solución más viable, pero es el sentir general en no pocas comunidades autónomas.
La crisis del Estado de las Autonomías es sin duda el enfrentamiento interoligárquico más explosivo que tendrá que enfrentar el Régimen nacido en el 79. Por el momento todo apunta a que se tiende a recrudecer empezando por Catalunya. Los azotes de la crisis están incrementando aún más estos sentimientos democráticos y que apuntan en contra del Régimen del ‘78. Las últimas encuestan dan un 51% de partidarios de la independencia, frente a un 26% de contrarios y un 24% de indecisos. El precedente más inmediato lo encontramos en la manifestación del 10 de julio de 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional que anulaba el Estatut de 2007, con un millón de participantes. Y posteriormente la masiva manifestación de la Diada de 2013 tras el lema, con una participación algo mayor que la de 2010.
El gobierno central comandado por el PP, no va a renunciar a los 16.000 millones de euros que anualmente extrae de los impuestos de los catalanes -un 8,7% de su PIB- y que CiU, al mando de la Generalitad quiere recuperar -o al menos una parte- para aliviar la asfixia de su Hacienda (la más endeudada del Estado con más de 40.000 millones de deuda, un 22% del PIB).
Por su parte, el gobierno de CiU ha avistado una doble oportunidad en este proceso. Por un lado trata de colocarse a la cabeza para instrumentalizar los movimientos secesionistas como una herramienta de presión sobre el Gobierno central. Su objetivo es ante todo frenar las ansias recentralizadoras del gobierno español y de intervención, y poder negociar en mejores condiciones el pacto Fiscal o la nueva financiación en 2013. Por el otro trata de re-prestigiarse del desgaste que padece por su reaccionaria política de ajustes, intentando “vender un señuelo” de que los recortes no existirían en una hipotética Catalunya independiente. Rechazado el Pacto Fiscal por Rajoy se ha decidido a profundizar su llamado giro soberanista, con la convocatoria de elecciones anticipadas y la propuesta de una consulta sobre el futuro de Catalunya aprobada por el Parlement junto a ERC, ICV y SI.
Seamos claros: a la oligarquía catalana, la independencia no les interesa. Están muy cómodos dentro de España.
3) Crisis política: Por su falta de transparencia y de democracia interna de los principales partidos, por una ley electoral que consagra el bipartidismo y que lo refuerza y por la corrupción generalizada y unos privilegios políticos totalmente injustificados. Y todo eso se suma a una crisis del sistema representativo debido al deseo cada vez más expreso de la población por adquirir más derechos políticos y también por asumir mayores responsabilidades. Por ampliar los márgenes de la democracia y llevarla mucho más allá que depositar una papeleta en una urna cada 4 años. La confianza en los políticos se ha perdido por completo y en este sentido España es uno de los pocos países del mundo en los que el sistema de gobierno representativo está sumido en una completa crisis.
Por si esto fuera poco, la irrupción de Podemos como fuerza consolidada en intención de voto y el resultado de las iniciativas municipalistas que emergen por todas partes del Estado, así como la crisis del modelo económico y territorial, nos muestran un escenario nuevo, en el que dicho orden político, sin cancelarse, deja de funcionar como lo ha venido haciendo en los últimos 30 años.
4. Crisis de los medios: Los media tradicionales; televisión, radio y prensa, se están viendo superados por los medios digitales de Internet. El periodismo alternativo y libre, los blogs y las redes sociales están ganando terreno rápidamente ante el desprestigio de los medios tradicionales, generalmente manipuladores, sesgados, partidistas y a menudo mentirosos. Por otra parte, la red permite a cualquiera la posibilidad de contrastar la información, algo que antes solo estaba al alcance de los profesionales del periodismo. Ahora, cualquiera puede ser periodistas en potencia. Tenemos acceso a volúmenes de información (hemerotecas, prensa internacional, bases de datos, etc)… cuyo acceso era antaño impensables y estamos armados con cámaras digitales, blogs, podcast, muros de Facebook, y cuentas Twitter. La propia gente es la que organiza sus propios canales de información, totalmente libres. Todo eso causa que los medios tradicionales cada vez vena mermada su influencia a menos segmentos de población.
5. Crisis del modelo productivo: Esta crisis adquiere una componente internacional, debido al escaso crecimiento económico con respecto a los países de nuestro entorno, pero ello tiene, especialmente, una componente local muy clara. Nuestro modelo productivo basado en el ladrillo y el turismo, está agotado. Ni hay subvenciones de la UE, ni hay burbuja inmobiliaria, cae el turismo y en consecuencia, la salud del mercado interno se desmorona. Si España no está peor es porque todavía se sostiene gracias al turismo exterior. Por un lado se recorta la inversión en I+D. Por otro se pretende inútilmente reanimar sectores como el del automóvil o el de la construcción. Se prolongan las jornadas laborales y se reduce el empleo público. Se hace, en definitiva justo lo contrario de lo que en la situación actual se debería hacer. Además, no existe ningún plan ni a medio ni a largo plazo para transformar la estructura económica del país. No hay objetivos ambiciosos, solo tratar de salvar la situación improvisando y esperando que las cosas mejoren por sí solas. No hay recetas nuevas, solo proteger a las oligarquías.
En definitiva, la confluencia de estas seis crisis desborda y paralizada al Régimen. Ningún partido por sí solo nos va a salvar de esta situación, no ocurrirá. Se necesita el compromiso firme de la sociedad civil. Pero la participación ciudadana en el cambio que se avecina no debe ser flor de un día. Debe ser el surgimiento de una nueva forma de hacer política, en la que el ciudadano se sitúe en el centro, en la que los intereses comunes sean la prioridad y en la que las élites queden relegadas a papeles secundarios y si acaso de colaboración y apoyo pero ya nunca más con poder de decisión. En otras palabras: el nuevo régimen debe ser una democracia real con verdadera soberanía del pueblo.
Decir “nuevo régimen” implica decir construir un tiempo nuevo fuera de la excepción. Un tiempo no excepcional. Quizás el temor más grande de vivir fuera del Imperio Romano era el vacío temporal. La angustia de no saber cómo se sostendrían las cosas. Vivir en un país después del 78 pasa porque ese nuevo país se materialice ante nuestros ojos con toda su fuerza. Citando a Zizek, necesitamos imaginar un nuevo futuro para poder hacerlo realidad.
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