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viernes, 29 de enero de 2016

Entre bambalinas la casta política aprieta lo suyo.

Son poder oculto, están tras los partidos y, algunos medios, se interesan mucho por lo que ellos piensan y dicen, como barones. Se entiende que son los encargados de salvaguardar el panteón del partido. Representan la jerarquía de la casta, sobreviven a los candidatos y ocupan una cómoda segunda fila desde la cual con un chasquido a coro aúpan o hunden a los posibles candidatos.


No son dirigencia del partido, sino, los llamarían dirigentes, son eso, los barones o las baronesas. Defienden los valores de sus partidos, la tradición socialista, o la tradición del partido popular o la tradición del partido provincial al que pertenecen. Representan la foto de esa decadente parte de la democracia, que está detrás de las cajas de ahorro que quebraron, los dispendios fastuosos en obras sin culminar instrumentadas en las comunidades, y los movimientos de hilos que permiten que alguna que otra figura, que parece nueva, se la presente como presidenciable.
Los barones son la clase alta dentro de la clase política. Los barones son quienes mueven a esas marionetas, llamados candidatos de la clase política española. Ellos establecen los matrimonios de conveniencia en las alianzas políticas, apuntan con el dedo y el candidato se casa con unos u otros. Y, si se revela el candidato, -que no la candidata porque además son machistas- generan los trascendidos o rumores necesarios para que caigan.
Son aquellos que tiran la piedra y esconden la mano. Son aquellos que están pero no se nombran. O, ¿ es que acaso hay una lista de barones?. No, son ellos genéricamente hablando. Los barones deciden, con cierta aureola y fama, y deciden en nombre de lo que ellos defienden, que no es España, es salvaguardar el partido de los malos pastos, los hierbajos y las piedras que entorpecen el camino. Su propio camino. 

Ya sea un candidato de derecha o izquierda, deciden o no, que ya no sirve a los objetivos del partido. Son el comité de entrada y de salida. Anteponiendo los intereses de los partidos a los intereses nacionales, a los intereses de todos. Anteponiendo los intereses de cuestiones partidistas o nacionalistas a cuestiones que afectan a todo un país. Son los que sacan el talonario y las calculadoras a la hora de negociar. Son los que hacen y reciben las llamadas telefónicas de la banca y las empresas. Son los contactos de los lobbys. Son nuestra propia troika en casa. Son los que no permiten el cambio porque supone perder sus privilegios de barones, son los que están desde siempre cobijados en los butacones escondidos del parlamento o del senado. Son corporativos, es decir salvaguardan a sus colegas de la oposición porque necesitan de los otros barones para sobrevivir, tiene conciencia de superclase, y no les interesa que se sepa. Los barones tienen miedo, porque a fin de cuentas son tan humanos como los humanos, y perciben que los nuevos partidos, al menos por ahora, sustentan su poder con otra arquitectura y no encuentran sus referentes en ellos. Entonces se sienten perdidos porque se ha cambiado el lenguaje político.



Los medios hablan de ellos, los barones, y nos cuentan de si ellos están de acuerdo en tal o cual cuestión y, a partir de allí, los candidatos pueden continuar su carrera o, en caso contrario, veremos a esos candidatos, con esa natural actitud de corregirse la corbata si las cosas apuntan mal. Luego, a los barones, les hacen reportajes y les preguntan qué opinión tienen de esto o aquello, y los barones contestan, sin mojarse mucho, ya que saben en su fuero interno, que después de la cena, luego del postre, ya casi con el puro en la mano, y una copa que los mira desde la mesa, decidirán qué se hace con el candidato. Todo esto no es verdad, pero podría ser así.

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