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viernes, 2 de diciembre de 2016

Mi comandante. Venceremos!!!!

La primera vez que fui a Cuba pensaba como mucha gente: que Castro era ese dictador del que todos los medios internacionales hablaban tan mal. Tuve la oportunidad de recorrerme la Habana a pie, desde la zona turística del Hotel Nacional hasta los barrios en la zona de Regla, del otro lado de la Bahía y en todos esos lugares encontré la hospitalidad de su gente. No fui asaltado, ni víctima de esa delincuencia que uno trata de esquivar por costumbre cando se vive en una ciudad capitalista. Sin importar lo humilde de sus casas, me invitaban a tomar un café, o un ron, o lo que tuvieran. Ofrecían prácticamente todo lo que tenían con una sonrisa y una plática. Fue en esas conversaciones con la gente común, sin cámaras, sin vigilancias, sin presiones, cuando averigüé el secreto de cómo había podido ese “fiero dictador” tener al pueblo tantos años oprimido: la gente le quería. Admiraban a Castro. Sí, muchos cubanos por no decir todos, estaban hartos de vivir en las condiciones de práctica pobreza y deseaban vivir mejor, pero sabían y te indicaban que la culpa no era de su líder, si no del bloqueo. Aquello cambió por completo mi perspectiva.


Las generaciones más jóvenes quizá, desean probar las mieles de ese sueño americano, pero su nivel cultural, muy superior a la media que he encontrado incluso en algunos lugares de Europa, les da el criterio para sospechar, al menos, que ese sueño americano es solo una película.
La vida que yo vi en La Habana, era dura, austera, humilde, pobre si quieren, pero con un espíritu, con unas ganas de vivir, con un orgullo que no concuerda con la de un pueblo oprimido, atemorizado o aplastado bajo el yugo dictatorial de ningún asesino. La gente con la que hablé, no vivía engañada y se expresaba libremente. La sombra que se ceñía sobre ellos no era la de un dictador si no la de un imperio. ¿Cómo aguantaría un país como México, por ejemplo, o incluso Estados Unidos, un bloqueo comercial de 5 años? No digamos 50.

Castro pudo estar tanto tiempo en el poder gracias a ese espíritu tan vivo de la población que le apoyaba, unas veces con fuerza, otras no tanto, pero que le comprendían, a pesar del hastío de varias décadas sufriendo el azote del “mundo libre”. Esas ganas de sobrevivir, de superar, de aguantar las durezas económicas no las he vuelto a sentir en ninguna capital del primer mundo.
Claro que Castro cometió errores. Muchos y algunos enormes, magnificados hoy por sus detractores que no se cansan de apedrear su trabajo. Pero si usáramos esa misma vara de medir con los líderes mundiales de los últimos 50 años, creo que Fidel no calificaría ni para el ranquin de los diez primeros.
Creemos que por el hecho de haber una supuesta democracia en un país, ya no se cometen crímenes ni actos en contra de los derechos humanos. ¡Qué ceguera tan conveniente! ¡Qué estereotipo tan gastado!

Cuba, ha sido un país que, a pesar de su grillete económico, está siempre en primera fila a la hora de ayudar a otros en la desgracia. Los médicos cubanos hacen milagros en países que el mundo libre y democrático no quiere ni ver. Es el único lugar de latino américa donde no hay analfabetos. Donde las universidades y hospitales puede que no tengan ni guantes de látex, pero sus mentes han sido capaces de grandes logros en la medicina y de tener un sistema de salud que más quisieran en Estados Unidos, al menos la población norteamericana sin recursos.

Pocos medios, por no decir ninguno, ha puesto la noticia de su muerte, su semblanza, en boca de los propios cubanos. Quizá, solo en los de Miami. ¡Qué oportuno! Los medios no se atreven a sacar la voz de esos a los que llaman “oprimidos”, a esa gente que Trump y algunos políticos han llamado “pueblo sin libertad”. Trump debería explicar quizá, por qué Estados Unidos, que representa tan solo el 5% de la población mundial, alberga al 25 % de todos los encarcelados del planeta.

Castro resistió todos los bloqueos, embates y atentados. Demostró más astucia y conocimientos que cualquier presidente. Pasará a la historia, y seguirá en ella mucho después de que sus detractores políticos hayan desaparecido de la misma. Sin duda, aguantará el bloqueo de la memoria que ahora comienza.

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