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domingo, 18 de marzo de 2018

Excrecencias del sistema.

Banalidad y poder configuran una realidad percibida por sus victimas, por decirlo con palabras de Leibniz, como un escenario donde "todo conspira." La falta de crédito del régimen, el pobre desempeño de la Jefatura del Estado, la desnaturalización democrática y el tremendo hartazgo de la opinión pública piden a gritos una reforma en profundidad, nuevas maneras, no meros cambios de imagen. Aunque vistos los resultados del 26J es absolutamente incierto el camino que se va a seguir. 
Seguramente la alianza del bipartidismo clásico intente parar esa sangría inevitable; hasta cuando......?Y sin embargo, el régimen ha llegado a una elipse de decadencia en la que le es imposible organizar su propio caos, incapaz de resolver los problemas estructurales que crea, atado a la recidiva impertinente que le postra. La degradación del acto político como esencia de los cimientos del sistema produce lo que nos enseñaba Aristóteles cuando concluía que las fuerzas –pero no los principios- que concurren para promover y conservar la vida son los mismos que pueden destruirla. 
El mantenimiento del régimen de poder, poder de las minorías dominantes, y la exigencia de una despotilización de la vida pública ha terminado en la deriva imposible de que el régimen tenga que estar huyendo permanentemente del tiempo, de las responsabilidades y de la historia.



La banalidad como argamasa de la tendencia oligárquica. La vida pública produce una radical abolición del pensamiento como motor de la acción política que ha dejado de ser, como describía Azaña, un movimiento defensivo de la inteligencia, oponiéndose al dominio del error. Esta banalización de la política, el derrocamiento de la creación dirigida hacia el bien público, las tendencias oligárquicas como parte de un sistema cerrado y su consecuente desprestigio ante la ciudadanía, constituyen un profundo vacío en la racionalidad del diagnóstico y la solución de los problemas planteados por la crisis institucional y política que padece el país. La fatiga territorial del Estado de las autonomías es reflejo antinómico de las desviaciones de unas instituciones nacidas de un régimen de poder predemocrático que sufrió un proceso de adaptación, no de cambio. Los grandes proyectos nacionales no son frutos del pasado, de lo que se ha sido, sino del futuro, lo que se aspira a ser. No es una intuición de algo real sino un ideal, un esquema de algo realizable, un proyecto incitador de voluntades, un mañana imaginario capaz de disciplinar el presente. Y la Transición no ha sido el caso.

La ciudadanía empobrecida, damnificada de una sociedad cada vez más dual, perjudicada en sus derechos cívicos y sociales, contempla como deja de ser fuente de poder porque ello exige, como afirmaba Philip Pettit, la igualdad civil de todos sus miembros. La derecha y las élites dominantes han roto el pacto de la Transición dinamitando todas las garantías sociales y económicas que el marco constitucional contemplaba para los ciudadanos y reforzando los elementos ajenos al escrutinio popular y que consolidan, mediante el blindaje del poder arbitral del estado, los intereses de las minorías económicas y estamentales.
Es decir, el llamado pacto de la Transición ha quedado reducido a sus  componentes más drásticos, aquellos que configuran el hereditario poder arbitral del Estado, los poderes económicos y financieros y el aparato mediático con una ideología y unos intereses que tienen necesariamente que prosperar en el déficit democrático y la concentración oligárquica de la influencia y el poder de decisión.  La crisis económica como coartada para la reversión de los derechos cívicos y sociales de las mayorías y el desafecto de éstas a un régimen que perciben como causa de todos sus males, deja al sistema sin credibilidad por mucho que sus responsables pretendan regenerarlo mediante cambios nominales y marketing sobreactuado. En realidad, las agredidas mayorías sociales ven que el pacto de la Transición ha quedado reducido a un simple complot de los poderosos de siempre contra el poder de la ciudadanía.


La “derecha” y la “izquierda” institucional son parte de estas élites hegemónicas; su verdadero problema son sus pueblos, a los que no entienden y desprecian, incapaces de ponerse en su lugar y defenderlos. En un momento que las poblaciones necesitan seguridad, orden, bienestar, derechos, libertades, Instituciones fuertes que le defiendan, no tiene quien las represente, mejor dicho, sí lo tienen, las derechas nacionalistas o los populismos de derechas. Imagínese..............
Lo que está en juego es muy grande y determinará el futuro. Frente a las élites económicas, políticas y mediáticas -la trama que nos gobierna y manipula- cabe otra alternativa diferente y antagónica a los populismos de derechas. 
Me refiero a una nueva alianza, una nueva cultura, construida en base al empoderamiento ciudadano, la fraternidad y la equidad, desde las mayorías sociales en torno a la defensa de la independencia y de la soberanía popular, la democracia económica y social en un Estado federal.

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