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jueves, 12 de octubre de 2017

Tiene que llover a cántaros.

"Tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, pero quién nos ata, pero quién nos ata, dame la mano y vamos a sentarnos, bajo cualquier estatua, bajo cualquier estatua. Es tiempo de vivir y de soñar y de creer... Que tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover... tiene que llover a cántaros".
Ha llovido mucho desde 1972, el cantautor extremeño Pablo Guerrero escribió una canción, “A cántaros”, que fue un himno para toda una generación. 

Quizás en la mitología reciente de la transición española existen cuatro grandes himnos: L’Estaca de Lluis Llach, Al Vent de Raimón, Canto a la Libertad de José Antonio Labordeta y A Cántaros de Pablo Guerrero.
Ellos seguirán dormidos, en sus cuentas corrientes de seguridad, planearán vender la vida y la muerte y la paz, te pongo diez metros en cómodos plazos de felicidad. Pero tú y yo sabemos, que hay señales que anuncian que la siesta se acaba, que la siesta se acaba, y que una lluvia fuerte sin bioenzimas, claro, limpiará nuestra casa, limpiará nuestra casa.
Parece que después de más de 40 años, sigue habiendo señales que anuncian que la siesta se acaba y las imágenes de los chorros de agua cayendo por las paredes y los asientos del Hemiciclo es más que una señal, es la evidencia de que un sistema decrépito, corrupto y en clara metástasis toca a su fin.
Si podemos regresar al pasado, hacerlo presente y volver a retroalimentarnos de aquellas energías de finales de los 70 y principios de los 80, donde se empezó a construir una sociedad y un sistema que nunca pensamos que podría degenerar en el sistema en el que estamos. Un sistema de libertad, participación, solidaridad y de revolución social y ciudadana. Volvamos, regresemos al pasado, para ganar el futuro.
Sin embargo aquí y ahora, hace falta seguir extendiendo cultura e ideales, extendiendo el valor del esfuerzo limpio, del beneficio justo, del respeto a lo público, del valor del bien común. Debe inculcarse a través de la pedagogía que los políticos deben rendirnos cuentas, que están a nuestro servicio, y no al de las oligarquías. 
Tenemos una revolución pendiente: cumplir la ley todos, las élites también. Parte de esa revolución es defender el derecho de los de abajo a tener una sanidad de calidad, una educación de primera y públicas, unos sueldos dignos. 
Otra parte de la revolución es que, un País decente no puede tener trece millones de personas al borde de la exclusión social; no solamente por Justicia Social, si no porque paliando esa situación fomentamos el consumo y la riqueza, para todos. 



Hay que cambiar el concepto de patriotismo. Patriota no es una persona que lleva banderitas españolas en una pulsera, y evade impuestos. Patriota es aquella persona que construye país pagando aquí sus impuestos conformándose con sus legítimos beneficios; tal como hacen los asalariados, la pequeña y mediana empresa, es decir la mayoría de gente. 
Es deseable que la evolución social cale antes de que lleguemos a aplicarnos las gentes corrientes, el pueblo, aquel viejo axioma: "les robaron tanto que llegaron a quitarles hasta el miedo", porque sería muy peligroso, las transformaciones sociales han de ejecutarse democráticamente. 
Mientras tanto, sin embargo..... sería muy interesante que fuéramos leyendo la Caída de La Casa Usher de Poe, sobre todo ahora que no se entiende muy bien el papel de la socialdemocracia  no se entiende si no es en términos de régimen, el régimen del 78.


Han pasado más de 40 años y la energía que se generó en los finales de los 70 y principios de los 80, ha degenerado en laxitud, dejadez, corrupción y anomia. Más que energía fue una sinergia lúcida, solidaria, reivindicativa y revolucionaria. Una revolución bastante tranquila, cuasi kantiana, esa revolución que Kant denominaba como “Evolución hacía lo natural”, por lo tanto ética, justa y necesaria.

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